Hace doce meses, escribimos unas líneas en las que replanteamos una pregunta del recordado historiador Pablo Macera: ¿cuál será el tamaño de la promesa de la historia patria que dejaremos a las generaciones del futuro?
Por Victor Velezmoro. 18 diciembre, 2021.Este debía ser un año especial, un año de júbilo y de grandes pactos, compromisos e ideales. Sin embargo, los ánimos no están para ello. En el año en que iniciamos las celebraciones por el Bicentenario de la Independencia Nacional la realidad de la pandemia del Coronavirus (COVID-19) ha marcado de manera profunda e indeleble los corazones de todos, sobre todo, por los más de doscientos mil compatriotas que hasta la fecha han perdido la vida. Elevemos una oración por ellos, por ellas; y también, por esos miles de personas de todas las edades, de todas las regiones, de todas las culturas que conviven en nuestro territorio y que ahora ya no estarán con sus familias.
Por otra parte, tampoco ha sido el año que esperábamos para celebrar el bicentenario porque los peruanos, como sociedad, venimos sufriendo los estragos causados por otra impactante realidad: la creciente polarización ideológica en todo el territorio nacional que ha convertido cualquier espacio, real o virtual, en un campo de batalla; y que ha transformado el intercambio de opiniones más común en un teatro de enfrentamientos. Queriéndolo o no, hemos trocado el diálogo por la discusión, las creencias por los dogmas y las ideas por las consignas, quizá sin reparar en que hemos abierto la puerta a la inestabilidad para el futuro.
¿Cuál será la promesa de la historia patria que dejaremos a las generaciones venideras?
Miremos por un momento nuestro entorno y descubriremos que nuestro país se halla dividido: en un lado están los que creen tener la razón frente a aquellos otros que son sindicados como mentirosos; en esta acera quienes quieren imponer su punto de vista o su interés personal; y, enfrente, los otros sindicados como corruptos y delincuentes. Aquí los que creen saber lo que el Perú necesita para mejorar, allá los otros calificados como incapaces, obtusos o retrógrados.
Las ideologías han hecho su trabajo, porque han logrado construir los muros invisibles de la desconfianza, del rechazo y el desprecio. De a pocos, han cercado cada uno de nuestros espacios vitales, reuniones sociales, plazas y mercados, instituciones públicas, medios de comunicación y redes sociales, convirtiendo fantasmas en enemigos, miedos en posturas y planteamientos y resentimientos en propuestas. La polarización ideológica ha copado todo el espectro de nuestro desenvolvimiento social como ciudadanos de esta nación.
¿Es posible construir un futuro o tan siquiera plantear una promesa de vida peruana en este contexto?
Miremos con mayor detalle y atención, porque traspuesto el muro invisible de la polarización ideológica nos encontramos nosotros, los que no queremos caer en esa lucha inagotable. Los que perseguimos una pequeña meta para convertirla en un logro. Los que estamos a favor de la vida y creemos que el bien común es el horizonte de nuestra libertad. Los que queremos un país estable para obtener o mantener un trabajo. Los que deseamos constituir una familia y queremos tener acceso a los bienes y servicios que nos permitan una mejor calidad de vida.
Los que vivimos la “nueva convivencia” poniendo el hombro y siguiendo los protocolos. Los que queremos que nuestros hijos regresen a las aulas con escuelas bien equipadas y maestros mejor preparados. Los que queremos que nuestras universidades mantengan la ruta de calidad que han empezado. Los que queremos que en nuestro país lleguen a vacunarse, incluso aquellos peruanos que viven en pueblos alejados e inaccesibles… ¡en fin!, los que exigimos una justicia que enfrente a las mafias que contaminan, roban, corrompen, matan o trafican.
La promesa de vida peruana para las próximas generaciones deberá construirse sobre estos cimientos que son los más estables. Por eso, la primera promesa que debemos realizar es la de rechazar las ideologías que polarizan y comprometernos a participar decididamente en la construcción de un país más unido en voluntades y, principalmente, en objetivos comunes.
Hemos iniciado el recorrido de nuestra celebración patria. El camino es largo, durará hasta el año 2024 cuando celebraremos el bicentenario de la victoria de Ayacucho (9 de diciembre de 1824), con la batalla que puso fin a las pretensiones hispánicas de mantener su dominio sobre estas tierras y consolidó al naciente Estado peruano. Ojalá que, entonces, los ánimos no sean los mismos.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.